De Película

En esta sala solamente hay asesinos. ¡Michael, abre los ojos! Esta es la vida que llevamos, la que elegimos. Y solo hay una cosa segura: ninguno veremos el cielo.

¡Cómo no se iba a convertir Paul Newman en una leyenda con frases como esta!

Son frases de película, expresiones que nunca decimos. Nos quedamos en el “Luke, yo soy tu padre” cada vez que escuchamos nuestra propia respiración. Pero deberíamos usarlas más, hacerlas nuestras.

Podíamos empezar, por ejemplo, con un “me encanta el olor a napalm por la mañana”, aunque lo que realmente estemos oliendo sea café. Café con leche, mezclado pero no agitado, claro. Acabar con un maldita sea siempre le da algo de empaque. Y luego, antes de salir de casa, te pones chulo frente al espejo y le dices: hey, you talkin’ to me?

En la oficina, no dejes que la rutina ahogue tu gen cinematográfico. Cuando el jefe te pida el último informe de resultados, dile que podrías hacer algo más peligroso, como emparejar tus calcetines. Y ya si te da por echarle huevos de verdad, le sueltas el rollo de Íñigo Montoya y le preparas para morir, o le llamas cabeza de Chucrut.

Quedaría confirmado entonces que, en realidad, solo hay tres maneras de hacer las cosas: la correcta, la incorrecta, y la tuya. Pero no dejes que quede ahí, hay para todos. En el autobús levantarías la cabeza de tu libro de aventuras, y a esa chica morena que ves cada tarde, le dirías que la quieres. Sí, sí, tal cual: “te quiero. Te quise desde el primer momento en que te vi. Te quise incluso antes de verte por primera vez”. Y la dejarías fuera de combate, porque a ella también le gustaría vivir en una película. Si se lo pidieras, se adentraría contigo en el mundo de dibujos animados de Mary Poppins sin dudarlo. Así que aprovecha el factor sorpresa, y asesta el golpe definitivo parafraseando a Forrest Gump: “puede que no sea muy listo”, dile. “Pero sé lo que es el amor”.

Aaaamigo… ¿Eh? Ya te va gustando ser una estrella del celuloide. Siéntelo, no te cortes… Pero tranquilo, aun es pronto. No empecemos a chuparnos las pollas todavía, que diría el gran Lobo. La vida no es más que un interminable ensayo de una obra que jamás se va a estrenar. Tómate un respiro, bebe unas birras con los amigos, mira un partido de fútbol. Hasta que sientas otra vez el impulso de imprimirte en un fotograma, y le digas al camarero algo así como “el camino del hombre recto está por todos lados rodeado por las injusticias de los egoístas y la tiranía de los hombres malos”. Y cuando él te enseñe la cuenta y afirme que “mil dólares es razonable, pero quiero dos mil”, desenfunda tu revólver, y no lo dudes: “hay dos clases de hombres, barman, los que tienen pistola y los que cavan. Tú, cavas.” Hala. Uno menos.

Y si tienes que ir al súper a última hora a comprar pan de molde y un par de cartones de leche, aprovecha también la coyuntura, cuando un tipo con gafas de culo de vaso y peinado a lo ensaimada, te pregunte si has visto la semidesnatada.

–          He visto Rayos-C brillar en la oscuridad cerca de la Puerta de Tannhäuser – contéstale, con solemnidad. Y culmina – Todos esos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia. Es hora de morir.

–          Eh… yo… Mira, aquí. La Lauki me vale…

Le está bien empleado. Y a la cajera coméntale que te entran ganas de invadir Polonia cada vez que escuchas a Wagner más de media hora. O dile que vienes del futuro, y como te veas a ti mismo 20 años más joven, se producirá una paradoja espacio-temporal de impredecibles consecuencias. Ya sé que no es muy creíble que vengas del futuro a comprar pan y leche, pero no subestimes el poder de la fantasía: en el fondo todos somos actores. Lo más probable, de hecho, es que ella se meta en el papel.

–          ¿Qué harás esta noche? – te preguntará.

–          Nunca hago planes con tanta antelación – le dirás, y si puedes te enciendes un cigarro y le pides a Sam que la toque otra vez.

–          Bueno, la última vez que estuviste dentro de una mujer fue cuando visitaste la Estatua de la Libertad, ¿no? – dirá ella, qué descarada.

–          Sí, pero recuerda que fui tan bueno como cualquiera, y mejor que la mayoría – replicarás, bien dicho.

–          ¿Nervioso? – proseguirá ella, ajena a la cola que se irá formando detrás de ti.

–          Sí, la verdad, un poco.

–          ¿Es la primera vez?

–          No, ya había estado nervioso antes – risas enlatadas.

–          Bueno – concluirá ella, poniendo la guinda con Billy Wilder. – Nadie es perfecto.

Y, en definitiva, tu día será como otro cualquiera, pero de película. Serás Flynn, serás Hayworth, serás Roberts o Fassbender. Serás el héroe o la heroína de la única película que vale la pena protagonizar. Ellas serán tus estupendas partenaires, ellos, convincentes actores de reparto. Tus emplazamientos habituales constituirán el set de rodaje, llenos de focos y operarios trabajando tras las cámaras.

Y antes de acostarte, mientras te pasas el hilo dental, pronunciarás frente al espejo el soliloquio que te dará la gloria.

Los dioses nos envidian. Nos envidian porque somos mortales, porque cada instante nuestro podría ser el último, todo es más hermoso porque hay un final. Nunca serás más hermosa de lo que eres ahora, nunca volveremos a estar aquí…

¡Bravo!

1 comentario en “De Película

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