Los malos escritores

Mucho ojo con decirle a un mal escritor que te ha gustado su libro. Te lo agradecerá despreocupado, como si no fuera con él la cosa. Le restará importancia, limitándose a devolverte la cortesía con elegancia. Sonrisa impostada y gesto sereno.

Pero no engaña a nadie. Por dentro no lleva una procesión, lleva una banda de música entera, con trompetas y tambores. El interior de su cuerpo es como un local clandestino en mitad de una rave. Patalea, ríe, salta, grita “te lo dije” como un poseso y se da palmadas en el pecho.    

Le acabas de alegrar el día. Porque un mal escritor escribe para eso. Los que dicen que escriben para sí mismos, mienten. Eso sería una pérdida de tiempo. Escribes porque lo necesitas, sí, pero tus líneas no existen hasta que alguien las lee. Solo en ese momento nacen. Y en el caso del mal escritor, el 99% de las veces nacen muertas.

Por tanto, si encuentras ese 1% acabas de descubrir la aguja en el pajar. Y mientras el mal escritor escucha en su cabeza la melodía de la Champions, tú ignoras lo que está pasando. Has tropezado de manera fortuita con algo que vale la pena. Has dado con la genialidad de una forma accidental, has llegado a la belleza por una vía insospechada. Has burlado a Twitter, Facebook, Tripadvisor y Filmaffinity. Esquivaste la recomendación. Tu camino no se ha construido sobre el camino de otros. Llegaste sin mapa. 

Escuchaste a un mal pianista interpretando un clásico en versión ragtime, y te pareció genial. Aplaudiste un gol por la escuadra de un mal futbolista en un partido de solteros contra casados. Degustaste una receta de un mal cocinero y se te saltaron las lágrimas. Viste un cuadro de un mal pintor que te dejó sumido en una reflexión maravillosa.

Encontraste algo inesperado. Y las páginas que leíste te gustaron, te emocionaron. No importa que el autor no salga en ningún ranking, que no tenga un superventas en Amazon. Por alguna razón, lo que hizo te pareció mágico. Y tienes hasta miedo de leerle más, por si te decepciona. Cuando lo que deberías sentir es gratitud por haber presenciado ese milagro. Con Muñoz Molina cualquiera acierta.

Y el mal escritor encaja tu halago como si nada, en un enternecedor esfuerzo por aparentar naturalidad. Ja-ja-ja, sí, muy bien, no tiene importancia. Ja-ja-ja. Todo bien, todo en orden… Pero sus manos tiemblan, porque a base de aporrear un teclado lograron transmitir algo.

Y gracias a ese cumplido tuyo seguirá escribiendo porquerías hasta que logre emocionarte otra vez.

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