Mientras riamos juntos

Ella puede estar metida en el agua, haciendo piruetas, una mañana entera. Por eso le llamo la Sirenita. Como está fuertota, atlética, a veces para provocarla le digo “Sirenota”. Ella se enfurruña, pero cuanto más grande es el enfado, más cerca está de explotar de la risa. Cuanto más la empujo hacia un cabreíllo de artificio, más en el bote la tengo. Todo termina (y empieza) con una buena cosquillada.

A él solo le falta tener ruedas en vez de piernas. Ama los coches, ve coches en las formas de las nubes y de las patatas fritas. Solo sabe hablar de “vehículos”, y disfruta como un enano desparramándolos por toda la casa. En cuanto intuye el modo juego, se lanza a por mí con su grito de guerra y trata de reducirme. Su carcajada es tan contagiosa que la Sirenota y yo enseguida rompemos a reír con él.

Cuando ríen los dos a la vez es como cuando escuchas una canción de la infancia y te quedas parado unos segundos, descifrándola. La emoción llega al cerebro antes que la música. Cualquier cosa que te teletransporte a cuando eras niño es un pequeño milagro, porque te permite ser quien realmente eres. Estamos tan escondidos debajo de nuestros prejuicios que hemos perdido nuestra esencia. O la hemos ocultado bajo un manto de gilipollez. Ellos, esas risas desdentadas, esa inocencia maravillosa, nos rescatan de nuestro exilio.

Se da la vuelta a la tortilla entonces, y son tus hijos los que te cuidan a ti. Los que te dicen, con ese sonido hipnótico, que todo va a estar bien. Que no te preocupes tanto, hombre. Relájate. Hay esperanza. Te has metido demasiado en el papel, te has puesto una corbata y te has venido arriba. Respira porque mientras riamos juntos, la inflación no importa un carajo. Tus hijos enseñándote a ti lo que es la vida.

Y no es solo algo emocional o espiritual, qué va. También es una cuestión empírica. Hay estudios científicos que lo demuestran: esas risas tienen efectos fisiológicos reales, te hacen liberar serotonina, endorfinas y todas esas hormonas chulas. Disminuyen la ansiedad y el estrés, mejoran la circulación y te quitan el dolor de cabeza. Si hay una fórmula de la felicidad, esas risas son la constante en la ecuación.

Y ahora viene la tercera entrega, el fin de la trilogía. Un tercer jugador, jugadora en este caso. Vaya movida, pasar por todo otra vez, from the beginning. Me quedo pensándolo un momento, con la mirada perdida. Pufff… madre mía. ¿Seremos capaces?

Y entonces oigo de nuevo las risas…

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