¿Bromeas?

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“Bromeas”. Dime cuando has oído tú “bromeas”, fuera de una pantalla de cine o televisión. No es que no exista, el tiempo verbal es correcto. Es que no se usa.

El doblaje de las películas ha creado un sub-idioma, un castellano específico de los actores yanquis. Cuando llegan a nuestras salas los ponemos a hablar en este peculiar dialecto, conformado por palabras españolas que juntas suenan como expresiones norteamericanas.

Por ejemplo, si un compañero de trabajo te pega una voz sin venir a cuento, tú cómo reaccionas. Hay un amplio abanico de posibilidades, quizá le dirías “pero bueno, Eusebio, ¿a qué ha venido eso?”, o “mira, Rafa, no tengo por qué aguantarte, suficiente tengo con lo mío…” o incluso “Marisa, ¿se puede saber qué te pasa?”. Pero jamás pronunciarías la frase qué mosca te ha picado, ¿a que no? “Maldita sea, Juan, ¿qué mosca te ha picado?”. El pobre Juan, confuso, se registraría los brazos en busca del picotazo real de un mosquito o algo parecido.

O para decirle a tu amigo Pedro que es un cagón, no se te ocurriría utilizar la expresión no tienes agallas. No las tiene él, ni tú tampoco. No somos peces. Pedro es un acojonado, sin más. No se atreve con las cosas, todo le da miedo. Le diríamos algo así como “échale huevos, Pedro, coño” o “Pedro, vamos. ¡Vamos!”, ese grito nadaliano que significa “ten cojones”. Agallas ni agallas…

A veces la diferencia es tan sutil que ya no nos extraña. Pero párate a pensar cuántas veces has dicho “¡larguémonos de aquí!”. O “¡no hay tiempo para explicaciones!”. ¡Nunca! Siempre hay tiempo para explicaciones, hombre de Dios. Un resumen, un titular, algo… ¡Como no me des una explicación, no me tiro del tren en marcha, hombre! Ya está bien… Y para salir por piernas decimos “vámonos echando ostias” o sencillamente “me piro”.

Existe una versión “light” del “larguémonos de aquí”, más alejada aun de nuestra realidad. Consiste en decir “se me hace tarde” acompañado de un “será mejor que me vaya”. Y la variante, fingen que han recordado algo repentinamente, balbucean un “Oh, cielos… acabo de recordar que tenía que… así que…” y apuntan con el dedo hacia la puerta, caminando hacia atrás como Michael Jackson.

Luego está ese insulto que no has oído aquí en tu vida, y que de hecho si a alguien se le ocurriese proferir, el cachondeo general sería mayúsculo: “bésame el culo, Michael”. ¡Bésame el culo!, ¿pero a qué público crees que te estas dirigiendo, amigo doblador? A Bruce Willis no le puedes poner en los labios esa locución. “Cómeme el rabo, Michael” sería una traducción sin duda mucho más creíble. Y la mirada terrorífica de Bruce cuadraría, entonces sí, con sus españolizadas palabras.

En las escenas de alto contenido erótico también tienen algunos hábitos alejados de nuestra idiosincrasia. Como cada vez que empiezan a desnudarse frenéticamente, en el preludio de un espectacular polvo americano, y uno de ellos dice “esto no es una buena idea”. En ese momento, ella se detiene. Y tú piensas, “no me lo puedo creer, se va a quedar con las ganas este por capullo”. La prota está de acuerdo, y confirma “tienes razón, no es una buena idea”. Y tras unos segundos de tensión, ella le arranca los pantalones sin miramientos y follan como si no hubiera un mañana.

El sexo vende, y parece que quieran aprovecharlo para colarnos a base de asociaciones subliminales deportes que aquí no gustan, como por ejemplo el béisbol. ¿No ves que en las pelis de instituto, Billy ha llegado a tercera base con Jennifer? Nunca he entendido bien las bases, lo reconozco. Imagino que la primera es un beso, ¿no? Y si la segunda es un buen magreo, ¿la tercera es una felación? ¿O la segunda ya es una felación y la tercera es una especie de pseudo-penetración sin coito?… El caso es que nunca nadie habla de la cuarta base, por lo que en la tercera no deberían llegar a consumar… En fin, imagino que con una tía como Jennifer, vas que chutas con mirar las bases desde la grada, pero aquí, nuestro deporte va de meter o no meter gol. Que sea por la escuadra, ya es otra historia.

Si lo piensas hay infinidad de frases ficticias, pero la costumbre ha mermado nuestro espíritu crítico. “Quédese con el cambio”, “dame un respiro”, “salga inmediatamente de mi propiedad”. En tres dimensiones no se escuchan estas frases… Y en plena persecución la policía informa de que “el sospechoso se dirige al noroeste por la quinta en un Ford Mustang del 67”. Qué pasa allí con los agentes de la ley, ¿son todos unos fetichistas del motor? Solo les falta decir el eslogan de la marca. ¿¿Señores, se puede saber para qué están las matrículas?? En fin…

Para terminar, volvamos brevemente al culo. Su importancia en la cultura norteamericana es capital. El culo es la clave, y por ello vamos a hacer una transición de ese flojo “bésame el culo, Michael” a un más severo “trae ahora mismo tu gordo culo hasta aquí, Michael”. Tu gordo culo, tu sucio culo, tu negro culo. Hay variedad. Es importante que lleves el culo aquí o allá. Aquí decimos que la cara es el espejo del alma, pero allí es el culo. Eres tan gordo, tan flaco, tan negro o tan blanco como tu culo. Tu culo te define.

Y esa frase de Clint Eastwood cuando les dice a sus reclutas que vayan a restregar sus pichitas contra sus novias, porque al día siguiente les va a dar caña, esa me encanta. “Mañana a las 6 de la mañana vuestros culos serán míos”, les dice. Solo Clint podría decir algo así y seguir pareciendo un tipo duro…

Candeland

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No hay argumento ni finalidad. El porqué es irrelevante. Desprecia el objetivo. No quieras “entender” nada o “avanzar” hacia nada. Despójate de tus viejos propósitos, olvida tus prejuicios. Has de convertirte en un niño, el niño que en el fondo nunca dejaste de ser. Solo hay una tarea: disfrutar. Juega o muere.

Haz una barrera con tu brazo, te daré unas piedras y me la abres, ¿vale? ¡Que no preguntes por qué! No hay un por qué. Lo que hay es un juego. Vuelve el recreo. Jugamos sí o sí. ¿Es que no lo entiendes? Jugar por jugar. Solo y nada menos.

Vamos a ordenarlo todo. Después, con mucho cuidado, lo desordenaremos. Sí, sí, lo que oyes. El tiempo no existe. Perderlo es, por tanto, imposible. Destierra las prisas, destruye el reloj. Si lo consigues, todo lo que quedará será un mar de marionetas que se extiende hasta los límites de nuestro horizonte. Niños en un mundo de gigantes.

Veamos una peli, la de la princesa y el príncipe. El rey es un gordinflón y los animales, conciencias parlantes. Esta vez acaban juntos, pero quién sabe la próxima. Habrá que estar atentos. Vigilantes. Mañana la veremos de nuevo. La veremos juntos.

Bañémonos en la piscina. Está un poco fría, pero solo al principio. Quizá luego nos hagamos un poco de pis, ya veremos. De momento, distráete con el zumbido de una mosca, haz algo totalmente improductivo. Encuentra placer en la inacción. Descubre alguna cosa por primera vez. Resetéate. Mírame y ríe sin más.

Esta canción es la de los Mosqueperros, ¿te acuerdas? Y esta otra, la de Willy Fog. El concepto “paciencia” es otro invento vulgar. La ponemos 100 veces, y cada vez que suene, nos irá gustando más. Y a su son bailaremos, nos menearemos por el salón con locura y frenesí. La vergüenza no existe en este mundo nuestro, ¿ves? Empiezas a entenderlo por fin.

Luego iremos al parque, ahora estoy con los collares de la abuela. Me los pongo y me los quito. Y ya está. ¿Tú ves en ello un fin? Yo tampoco, señal de que seguimos aquí. Iré a la casita un rato, Chiripa viene conmigo. Tú puedes venir también. Allí no haremos gran cosa, solo estar. ¿Te apetece? Pues vamos.

Podemos hacer muchas cosas, ¿sabes? Ir al centro comercial, montar en una moto rosa, disfrazarnos de chulapos, dar un paseo en poni, ir al acuario, jugar con la pelota, y con el móvil del abuelo. Y sentarnos en las escaleras de la entrada. Lo que quieras haremos, pero con una condición. Con que sea aquí, en este escenario donde engañamos a la realidad, donde todo es posible y todo es nuevo. Donde destruimos las reglas e inventamos las palabras.

Sin lógica. Sin juicio. Sin límites. Sabrás que has llegado cuando descubras lo que queda de tu infancia en mi sonrisa. Tus canas son la mentira, no al revés. En este mundo no caben miedos ni artificios.

Aquí somos nosotros.

La estupidez de Ramón

Ocurrió el otro día. Me dirigía a casa dando un paseo, y reparé en un chaval de unos veinte años que salía del supermercado con un brick de leche. Vi cómo lo abría y, cómo dejaba caer al suelo el tapón, que rodaría unos centímetros para detenerse justo al pie de una papelera. Después, el tío se enchufó el cartón de un trago, como si fuese un biberón. Inmediatamente me vino este concepto a la mente: la estupidez humana.

Para ilustrar la hipótesis y facilitar la enunciación de la teoría, llamaremos a todo ser humano “Ramón”. No se ofendan los Ramones, es solo un nombre en clave, como podría ser “Pluma loca” para un columnista o “Lechuza silente” para un espía. Así que en lugar de decir ser humano, humanidad, o gente, diremos Ramón.

Es lógico pensar que si Ramón es capaz de pintar la Capilla Sixtina, de componer la 7ª de Beethoven o inventar el coulant de chocolate, también tiene derecho a escorarse hacia el extremo opuesto. Es decir, si puede ser un genio, debe poder ser también rematadamente estúpido. Al fin y al cabo la vida es una balanza.  

No hablo, por supuesto, de los pequeños fallos de Ramón. De sus imperfecciones simpáticas. Todos nos hemos golpeado con una puerta transparente, o hemos tratado de servir el vino con el corcho puesto. Esos detalles de Ramón son la sal de la vida. Es un despistado, un “desastrín”… Le ves buscando desesperadamente el móvil, cuando lo tiene en la mano izquierda, y te da ternura. No. No es esa la estupidez de la que hablamos.

Me refiero a la auténtica estupidez de Ramón. La ESTUPIDEZ, con mayúsculas. Lo que le empuja a perder el norte y entregarse a la deficiencia mental, cívica y social. Para hacernos una idea, esta sería la lista de cosas que convierten al bueno de Ramón en un estúpido:

1)      La falta de respeto.

Ni más ni menos. Cuando Ramón se salta los límites de la convivencia, cuando se regodea despreciando los códigos urbanos y se deleita pisoteando los patrones de equilibrio de la colectividad. Cuando lo degrada todo salvo su ración de calcio. Entonces, se gana Ramón su fama de cretino. La RAE define estupidez como “torpeza notable en comprender las cosas”. Efectivamente, torpeza. Torpe es Ramón a veces en comprender. No entiende la diferencia entre estar dentro y estar fuera de su casa. No entiende lo diminuto que es. No entiende que hay muchas maneras de ensuciar, y que él es el primer agente contaminante. Es un brote de peste, la cepa nociva del virus. La génesis de un contagio universal. Y no se da cuenta. Porque es torpe y necio.

Lo peor de todo es que, si bien es complicado alcanzar la brillantez, limitarse a no ser estúpido es en realidad bien sencillo. Eso es lo que no entiende Ramón. Porque si lo entendiera, no tiraría el tapón al suelo cuando tiene la papelera a medio metro. Es como acercarse a la diana para lanzarle el dardo al camarero. No pondría la mierda en su sitio ni cayendo de cabeza en un contenedor industrial.

En fin, el tapón rodó, quedando parado a escasos centímetros de la papelera, y mi mente proyectó en él el careto divertido de Albert Einstein sacando la lengua. Adaptándolo a nuestro caso concreto, podríamos citarle así: “hay dos cosas infinitas, el Universo y la estupidez de Ramón. Y del Universo no estoy muy seguro…”.

Escribe un guión

No quiero a los protagonistas besándose en un portal en una tarde lluviosa, eso te lo saltas. Fuera clichés. Escribe algo auténtico, una historia nueva. No te bases en nada de lo que hayas visto hasta ahora. Inventa.

La protagonista es un ama de casa, por ejemplo. Una mujer que no entiende la soledad porque jamás piensa en sí misma. Sus fotos siempre son fotos de familia. Es esposa y madre. Habla por los codos, lo discute todo. Es un personaje que siempre ha sido secundario, pero ahora protagoniza. Ahora es una estrella rutilante. ¡Buen comienzo!

Algo sucede, debemos pensarlo bien. Un acontecimiento clave que la convierte en una temible asesina. En un arma letal que liquida uno a uno a sus enemigos. Pero ¿por qué? ¿Qué puede desencadenar semejante transformación? ¡No pienses en nada que hayas visto, que te conozco!

¿Una guerra mundial de amas de casa? Pufff, no lo veo… Espera, ¿qué dices? ¿Le roban la última baguette en el súper? ¡Ahí está! Una señorona recién salida de la peluquería le arrebata la última barra de pan, se la quita de las manos. Sus miradas se cruzan. Nuestra protagonista, la llamaremos Pepa, coge un paquete de galletas y lo estruja hasta convertirlo en migas… No tendrá piedad. ¿Te ha dado un escalofrío? ¡A mí también! Vamos por buen camino…

Después presentamos el personaje de la señorona, en un flashback narrativo. Es, en realidad, un travesti. ¡Madre mía, qué bueno! Su marido lo ignora, claro. Pero es que él antes era una mujer. Sus vidas son una gran mentira, y a la vez, las piezas de sus engaños encajan perfectamente. ¿Qué te parece? ¿Estamos perdiendo el norte? Es muy posible, pero me gusta…

Pepa aparece en casa de su archienemiga por la noche, disfrazada de cartero comercial. La sorprende meando de pie, y, tras una arcada, se lanza a por ella. Forcejean, luchan. La pelea es encarnizada, vuelan de un extremo a otro los cuchillos de untar, los cucharones y los sacacorchos (lo estamos bordando). Tras quitarle las espinillas con un rallador de queso, Pepa golpea a su adversaria con un rodillo, y (fantástica ironía) la remata con la barra de pan que le quitó en el súper. ¡Qué bueno eres! La música, en este momento, es importante. Debemos enfatizar la épica victoria, el dramático desenlace.

Desde ese momento, nuestra heroína decide acabar con todas las amas de casa travestidas de la región. Las va liquidando sin compasión. Hasta que proponemos un cambio de escenario, un inesperado giro de guión. Su hijo, el hijo de nuestra Pepa, es gay. ¡No, no, espera…! Es demasiado, evidente. Lo tengo: tiene un nieto. El hijo de Pepa tiene un retoño, y todo cambia. Su visión del mundo, sus prioridades. Se convierte en abuela y ya no puede dedicar sus días a asesinar travelos. Tiene que centrarse.

Cambia el rodillo asesino por pañales, peluches y biberones. Se pone a pintar. De pronto, es un personaje lleno de paz y espiritualidad. Juega al apalabrados online, compra ropita para bebés, sonríe encantada de la vida. Vive en estado zen. Cuanto más radical sea el cambio, mejor. Pero su pasado la persigue. ¿Podrá escapar de él? Quizás no, quizá la acabe atrapando. No podemos permitirlo… ¿Un terrible accidente? Explícate. Un accidente doméstico, ahá… resbala con un sonajero (caída espectacular a cámara lenta) y queda en coma. Interesante… Pasa mucho tiempo inconsciente. Despierta 20 años después. ¡Sí, no está mal!

Al salir del hospital se encuentra un mundo distinto. Todo ha cambiado, la ciudad está destrozada, hay vandalismo en las calles, tiroteos, carreras por salvar la vida. Escombros humeantes, es todo lo que queda de ese sitio que un día fue su hogar. Debe encontrar a su familia.

Un misterioso individuo la recoge en una resplandeciente limusina y le cuenta que los peores presagios sobre la autodestrucción de la raza humana se han cumplido. El hombre ha acabado con el hombre, salvo por un mínimo reducto que permanece inalterable: Asturias. Él le ayudará a encontrar a su familia allí, pero le pide una contrapartida interesante… ¿Un estriptis? No, hombre. No estamos escribiendo para Jamie Lee-Curtis en Mentiras arriesgadas. Borra, borra… Lo que le pide es… que le ayude a completar un Sudoku Inkala de grado 11, el más difícil jamás diseñado. ¡Cha-Chaaan! Y ella, con tal de ver a su gente, lo ventila en media hora. “Tiene usted un talento increíble”, reconoce el excéntrico ricachón, seducido por el intelecto de nuestra Pepa, “¿no quiere trabajar para mí?”. “No”, contesta ella, “he de ir a Asturies. Lléveme allí”.

El rencuentro de la familia en el Principado es muy curioso, porque lejos de lágrimas y violines, Pepa reparte una bofetada por cada beso. “Por dejarme sola en el fin del mundo”, aclara. Y sigue abofeteando y besando a los suyos. Menos al nietín, claro. Pelayo ha crecido y es un guapo joven, muy parecido a su abuela. El momento, aquí sí, es emocionante y tierno. “Nos dijeron que habías muerto, abuela”, le dice Pelayín entre lágrimas. “Me han hablado mucho de tus fabes, ¿sabes?”. No hace falta más. Pepa se pone sobre la marcha a cocinar una fabada de épicas proporciones, con su chorizo, su morcilla, su tocino y su lacón.

“¡Esto está de muerte, abuela!”, le dice el nieto. Eso es de un anuncio, ¿no? Bueno, es igual. Me vale. Ella sonríe, satisfecha, y guiña a cámara. Paisaje asturiano con música celta de fondo, plano cenital de las fabes que nos lleva con un largo zoom al cuarto de estar de un ama de casa travestida en Oviedo, acordes inquietantes y fundido a negro. FIN.

¿Qué te parece? No pongas esa cara, ¡lo has escrito tú!