Sine die

Toy story

Pecamos de resultadismo.

Tratamos de reducir toda experiencia a un número, una cifra que nos dará la verdadera dimensión de lo que hacemos. Cuatro horas en un campo de golf caben en una tarjeta. Un viaje en las horas que hayas tardado en realizarlo. Un mes de trabajo en una nómina.

Tendemos a olvidar lo que ocurre. Y fundamentalmente cómo ocurre. Solo nos importa el desenlace, la solución. Solo el cuánto, no el qué o el cómo. Solo el marcador, el crono, el palmarés. Perdemos de vista el proceso. Nadie pregunta “¿cómo se desarrolló el partido?”, sino “¿cómo quedaron?”.

La película es buena o mala en función de su nota en Filmaffinity. El programa de televisión queda definido por sus números de audiencia. Un “tuit” solo es bueno en función de las veces que se haya “retuiteado”. Nos obsesionan las calificaciones, los precios, los tiempos.

Sin embargo, en esto hay un problema de base: el resultado viene al final. Terminada ya la partida. Por tanto no hay presente. El único ahora es revivirlo contándoselo a alguien. Y poniéndole una nota. Le asocias un número y lo cuentas.

Pero hay una técnica que consiste en ignorar el futuro. El otro día me pasó y en serio que es una gozada. No visualizar el resultado final, no anticiparse. No proyectar. Solo existir en un momento dado, con todos los sentidos puestos al 100% en ese momento. Degustar el presente, y rechazar lo demás. Seguramente pienses “sí, bueno, eso lo hago yo mucho”. No, de verdad que no. No lo haces (casi) nada. Hazme caso.

Podemos disfrutar de algo, en mayor o menor medida, eso no lo discuto. Pero normalmente no “dejamos todo” para “estar” en un sitio. Sin Twitter, sin Facebook, sin cámara de fotos. Sin las noticias, sin el fútbol, sin WhatsApp, sin tu cabeza bullendo con números, fechas y proyectos. Sin una intención para más tarde. “Después saldré a correr”, “mañana quedaré con Fulano”. “Que no se me olvide luego cortarme las uñas de los pies”.

Me ocurrió, como decía, el otro día jugando con mi hija en la alfombra de casa. Tirados en el suelo, con sus juguetes esparcidos por todo el salón. Ella tratando de ponerse de pie, colocando sus manos sobre mis hombros. Mascullando términos ininteligibles. Sonriéndome. Te juro que es cierto, no me lo invento. De pronto tu cerebro descansa, desconecta. No importa lo que pase mañana, en realidad no importa nada. Importa ella, importa ese minuto. El resto desaparece. No sabes lo que vas a hacer luego, ni el finde, ni en las vacaciones de verano. No hay un resultado, ni una fecha. No hay números. Solo hay un PRESENTE.

Solo un momento que lo es todo.