Triatleta crepuscular

Triatlon2

Me sentía como el maldito William Munny, el personaje de Clint Eastwood en Sin Perdón. Era un corredor pasado de moda, uno que en realidad nunca había estado de moda. Uno que en realidad nunca había sido corredor. Y sin embargo, uno que podía sacar todavía el revólver y sembrar el pánico.

Mi copiloto era un viejo zorro, lo suficientemente tarado como para acompañarme. Un Ned Logan (el Morgan Freeman de Sin Perdón) más parlanchín de lo razonable. Por delante teníamos cientos de kilómetros de asfalto hasta Castellón, y escuché su discurso con la misma despreocupación con que él lo pronunció. Entre compadres la comunicación es a veces curiosa, se parece a hablar con uno mismo. Fuera caretas.

Íbamos a hacer ese último trabajo que siempre esconde una sorpresa final. Ese último encargo que te depara un desenlace inesperado. El camino llega a su fin, que será a la vez el principio de otro camino. Pero la última parada está llena de trampas. El plan no sale como estaba previsto, demasiado fácil. Es entonces cuando Clint entorna los ojos y hace esa mueca suya de estoy jodido pero ojo conmigo.

Y efectivamente, el final no son violines y trompetas, porque entonces no habría final. El final es sombrío, duro. Sin concesiones. El final es tirarte al río a nadar y aterrizar en una roca. Y destrozarte un pie. Ese es el final. Y así ha de ser, amigo, ahora irás a remolque desde el primer momento. Y cada minuto será más difícil que el anterior.

Hasta que el último tramo se convierte en un auténtico infierno. Corres, con la mirada terrible de Clint y el pie amoratado, agradecido porque sea ése y no otro el gran colofón a tu carrera. Puedes acabar superando las circunstancias, burlando la adversidad. En un ejercicio de pura supervivencia, terminarás con la debilidad que merecías. Con la debilidad y con los cojones (en los últimos metros tendrás que correr con ellos).

Y en la maldita línea de llegada te espera Ned Logan, tu viejo colega, con su habitual verborrea incontenible. Y nunca se lo dirás, pero te alegras bastante de encontrarle. De hecho, de alguna manera, ese aspecto suyo de viejo zorro, ruinoso y descuidado, le confiere a esta última aventura el toque decadente definitivo…