La alegría perdida

No es de ahora. Me lo lleva diciendo desde hace años un amigo que vive fuera. Cada vez que viene a Madrid encuentra en la gente tristeza, una melancolía latente que se adueña de los espacios, que viaja en el metro y descolora el día a día.

Nos hemos levantado hace media hora de una tempestad, y ahora nos ha derribado un huracán. Una película apocalíptica donde los rostros esconden sus heridas de guerra tras una máscara y el desencanto con todo lo que nos rodea es definitivo. A saber qué dirá mi amigo la próxima vez que pase por aquí.

Es difícil sonreír cuando te ves obligado a cerrar tu negocio o cuando te quedas en la puta calle (bajo la forma jurídica que sea). O cuando toda esta locura afecta en alguna medida a tus hijos, o a tus padres. Y más aún, claro, cuando pierdes a alguien a quien quieres. Hay un punto de no retorno que para mí siempre estuvo lejos. Ahora ya no. 

Estamos metidos en la escena de encajar el fracaso, de pasear a cámara lenta por el laberinto de nuestra derrota. Es ese momento duro, impregnado por un estado de ánimo que invita a la rendición. O que por lo menos siembra serias dudas sobre el futuro. El otro día salí con mi mujer y lo vimos claro. Viento, frío, día gris. Poca gente en la calle, pocas risas. Silencios. Verjas echadas. Mascarillas merodeando sin un propósito, sin una sola certidumbre a la que agarrarse. Un cuadro de depresión.  

Lo malo es que esta secuencia puede durar años. Si contamos desde 2008, décadas. En una película rápidamente sale de nuevo el sol. Aquí no. Aquí nos vamos a comer la canción nostálgica durante mucho tiempo.

No digo que no venga bien zambullirse en la tristeza, puede ser terapéutico incluso. Puede ser un desahogo necesario. Pero no podemos esperar a que vuelvan los buenos tiempos para ser felices. Nuestra mente necesita sentir que disfruta hoy. No en 2030, si es que entonces podemos vivir en paz. Ahora, en este momento. Somos más viejos y apreciamos más el tiempo. No nos podemos permitir el lujo de esperar.  

De manera que habrá que intentar disfrutar en el caos. Es la única manera. Recuerdo una película argentina donde alguien hablaba de la crisis y otro contestaba “¿cuándo no hubo crisis?”. Si este es el nuevo estado natural de las cosas, habrá que encontrar en él la ilusión. De niño, cuando empezaba a fallar todos los golpes, mi padre siempre me decía: “vuelve a los básicos”. Vuelve a los básicos… Quizá sea una respuesta.

Volver a apreciar cosas que dábamos por hechas. Bajar un poco del tren de la tecnología, de la inmediatez. Dejar de ser niños caprichosos. Mirarnos más a los ojos, qué sé yo. Cada uno lo encontrará a su manera. Cada uno tendrá sus básicos. Una ducha caliente, un filete con patatas, una conversación con tu madre. Un beso de tu pareja. Un libro, una película. La risa de tus hijos. Una cerveza fría. Tocar el piano. Contactar con mi amigo, que hace años que no veo. Volver a escribir.   

Algunas cosas te emocionaron la primera vez, pero te acostumbraste a ellas. La repetición les acabó restando valor, dejaron de ser especiales. Debemos encontrarlas de nuevo, encontrar la alegría para seguir siendo quienes somos. Y debemos encontrarla mirando dentro de nosotros mismos.

Porque está claro que de fuera no va a venir.