El rostro de Martina

Piscina

Creo que hay una satisfacción especial en todo proceso de aprendizaje.

Aprender lo hace todo nuevo, te hace ver las cosas con otros ojos. Libera de prejuicios y de rutinas. Refresca la mente y el espíritu. Aprender ofrece una nueva perspectiva y dota de una nueva humildad.

A veces incluso se aprenden cosas que se creían ya sabidas. Es como ver una pelota flotando en la piscina. Una parte del balón está a la vista, pero otra permanece oculta bajo la superficie. Y solo buceando bajo el agua puedes entender totalmente su significado.

Siempre creí saber el valor de una madre, por ejemplo. Creí que conocía su verdadera dimensión. Me equivocaba, claro. Conocía el amor, la generosidad, la paciencia. La incondicionalidad. El “¿te hago un bocadillo?” cuando ya te has comido tu peso en ensaladilla rusa o el quitarte los churretes de la cara con saliva.

Pero solo veía una parte del balón. Cómo va creciendo una vida en su interior, eso lo desconocía. También el sufrimiento que entraña dar luz a esa vida. La fuerza y la vulnerabilidad de una madre. Su valor, su coraje. Su conexión única con la criatura. La criatura… una especie de milagro.

Cuando ves el balón al completo, aprendes. Y cuando aprendes te haces más pequeño.

También creía tener una idea bastante precisa del valor de un padre. De nuevo, comprendía solo una parte del concepto: la complicidad, la sabiduría, la firmeza. La protección. Ánimos desde la banda en los partidos del domingo y ayudas con los deberes.

La parte del balón que todavía no había visto emerge ahora, en forma de responsabilidad y privilegio. Ahora hay unos ojitos que lo miran todo con curiosidad, hay una voz que a veces ríe y a veces llora. Un ser que deposita en ti su confianza, aun sin saberlo. Una vida que es parte de ti, y al mismo tiempo lo cambia todo.

Ahora buceo en la piscina, y en la parte oculta del balón he descubierto dibujado un rostro precioso.

El rostro de Martina…