Hoy no voy a contar ningún rollo, ni voy a elaborar ningún relato. Solo quiero escuchar un poco de música. En realidad, me gustaría que lo hiciéramos juntos, en comunión. Como terapia.
Dicen que un recuerdo asociado a una emoción permanece grabado en el cerebro. Por tanto, un estímulo sensorial cualquiera puede en cualquier momento conectar con una emoción que se grabó en tu mente de niño. Una canción, por ejemplo.
Acabo de inventar una teoría, la teoría Matrioska. Consiste en que somos una sucesión de muñecas rusas, donde las más grandes van tapando a las más pequeñas. Pero con el estímulo adecuado, las grandes de pronto se pueden volver transparentes.
Aquello que define una parte de nuestra existencia se afianza en la memoria. Esto es claro, que diría Ancelotti. Tu sistema nervioso se debe conectar por tanto a estas melodías a través de décadas de pecaminosa madurez.
“Sólo recuerdo la emoción de las cosas”, dijo Antonio Machado, “y se me olvida todo lo demás”. Creo que la banda sonora de Superman la oía yo todas las mañanas al levantarme, sin despertador ni nada. John Williams le puso banda sonora a nuestra infancia. Las Matrioskas son ya invisibles del todo. Solo veo la original, la más pequeña.
¿Te pasa a ti también?
“¿Conoces ese espacio entre el sueño y la vigilia?”, le dice Julia Roberts a Robin Williams, “¿Ese lugar en el que aún recuerdas los sueños? Allí es donde siempre te amaré, Peter Pan. Y allí es donde esperaré tu regreso.”
Todos tenemos nuestro lado “Clint”, decíamos en la universidad cuando nos dejábamos barba en época de exámenes. Y todos tenemos también nuestro lado “Pan”.
Y lo mejor para el final. Llamadme loco, pero para mí esto es, literalmente, un anti-depresivo. Como un chute de insulina para un diabético, como un jarabe para el alma. El Dr. Jones es un estado de ánimo.
Si esta música afecta a tu cerebro en la misma medida en que afecta al mío, ahora mismo estamos los dos más o menos así.
De todo corazón, Señor Williams. Un millón de gracias…