Actores vs. Figurantes

Enciendes. Insultos, amenazas, odio, cinismo. Apagas.

Miras a tu alrededor, sacudes la cabeza. No es posible.  

Enciendes. Fanáticos, sectarios, ridículos, farsantes. Propaganda nauseabunda. Apagas.

¿Pero qué es esto? Si aquí sobre todo lo que hay es buena gente. Un tipo que te cede el paso en la puerta del súper, una mujer que sonríe cuando oye a tu hijo hablar con su lengua de trapo. Tu vecino, que se toca la cabeza a modo de saludo cuando os cruzáis sacando la basura. Qué pasa entonces…

Enciendes. Un miserable justifica una agresión a un niño, un mediocre te alecciona desde su púlpito de auto concedida superioridad moral, una analfabeta iracunda se carga las causas que dice defender, un putero reparte maletines. Un trilero bate el récord mundial de mentiras.  

Hemos perdido el foco.

Estamos contemplando la falsificación en lugar del original, estamos viendo el partido de los suplentes. La película de los figurantes. De los que deberían estar detrás, haciendo bulto. Actores malos y poco interesantes, los de relleno. Se han apoderado del plano y han dejado a los verdaderos protagonistas sin foco. Sin argumento.

Nadie quiere ver a un histérico escupiendo soflamas trasnochadas. No estamos en eso. Si apagas y sales un rato a dar un paseo, te das cuenta enseguida. Todos queremos, en lo esencial, lo mismo. Buscamos lo mismo. Y no somos buenos o malos en función de lo que las mentes decrépitas del segundo plano determinen. ¿Te va a dar a ti cualquier indocumentado el carnet de buena persona? ¿De buen actor? Amosnomejodas…

Necesitamos a los protagonistas en escena otra vez. Nos urge. Con la inspiración a tope y los focos bien encima.   

A ese chaval que está aprendiendo a tocar la guitarra, al paisano que saca a pasear a su galgo y después continúa escribiendo su novela. La mujer de múltiples facetas que es fuerte por toda su familia. Son ellos, sí, los ves a diario. Lo que hacen tiene a menudo una motivación que nace de la bondad. Juegan al basket con los amigos, recogen a los nietos del cole, sacan adelante su negocio. Se dejan el alma. Son creativos, amables, aventureros. Ríen y lloran, porque sienten, porque no son de cartón-piedra. Trabajan duro, madrugan. Salen por ahí. Se forman. Superan obstáculos a diario y construyen historias que valen la pena.   

Son mucho mejores que los figurantes. Más preparados, más inteligentes y más útiles. Tienen más recursos, y sobre todo, mucho más que contar. Pero corremos el riesgo de que acaben creyéndose su papel de secundarios. De convertir esta anomalía pasajera en una realidad permanente. Sería muy triste que un actorucho de tres al cuarto le dijese a Leonardo Di Caprio dónde se tiene que colocar en la escena, qué tiene que decir, cómo debe reaccionar. Quién debe ser. Sería trágico que los figurantes, que están ahí solo para dar cierta profundidad al plano, acabasen escribiendo el guion, dirigiendo la película, y definiendo la naturaleza de los verdaderos actores.

No debe ocurrir, no debemos dejar que ocurra.