Chiquito

Chiquito-LT

 

He leído muchos de los artículos que se han escrito estos últimos días sobre Chiquito de la Calzada, algunos de ellos verdaderamente emocionantes. Sin embargo, en todos ellos he encontrado una sobredosis de su jerga Chiquitiana (… ¿Chiquitense?) y se me ha ocurrido intentar escribir unas líneas sin usar tanto sus frases. Cuidadín, que no es nada fácil lo que digo.

Uno de esos artículos hablaba de lo malos que eran sus chistes y de cómo aun así acababas descojonado de la risa. Creo que es absolutamente cierto, esa era de hecho su mayor virtud. Porque los chistes no es que fuesen malos, es que muchas veces no estaban ni terminados. A veces no entendías ni el final. A veces, y eso lo sabes ahora, no eran ni chistes. Eran historias inacabadas, locuras transitorias que empezaban dándole la mano al mismo dos o tres veces y acababan en aviso de portañica abierta al abuelo.

Y ahí precisamente está su valor. Reírse con un chiste muy bueno no tiene ninguna gracia. Lo maravilloso es reírse con uno malo. Lo verdaderamente cojonudo es reírse sin más. Él salía y emprendía un viaje de siete pasos que no le llevaban a ninguna parte, y después giraba sobre sí mismo. No había hecho nada aun, y te tenía ya. Era el puto amo.

Pero voy más allá. Hay algunas personas que consiguen unir en cierta manera a la gente, pasas de pronto a formar parte de un colectivo determinado. Decías una de sus frases o imitabas uno de sus pasos (por muy mal que lo hicieras), y establecías una complicidad inmediata con otros individuos. Sabías al instante que estabais en el mismo equipo, que jugabais en la misma liga. Ambos llevabais puesta la camiseta de Chiquito y os perdonabais automáticamente los pecados. Era hora de reírse hasta de vuestras sombras. Y de la sombra alargada de Chiquito.

Y ese equipo Chiquitense (¿Chiquitil?) era numeroso y heterogéneo. Las risas venían igual de un ama de casa que de un bombero, de una abogada o un maquinista. O un estudiante primario. Las ganas de reír están en todas partes y la gente que admira las cosas sencillas le quería con el alma, porque él simbolizaba una parte de nosotros mismos. Llevaba yo entonces en el coche una cinta con algunos de sus chistes. Las carcajadas que nos sacaba esa cinta nos convertía en niños, porque cuanto más la escuchábamos más nos gustaba. Éramos bambinos adictos.

Las cosas pasan y ya está, las personas no eligen sentir lo que sienten. Los acontecimientos de tu vida se suceden de forma más o menos aleatoria, y adquieren sin tú quererlo un significado u otro. La tristeza que sentimos cuando nos dejó fue real, porque fue espontánea. Porque todo lo que habíamos reído hubo que llorarlo un ratito, antes de volver a reír.

Antes de volver al ataque.