La ciudad denostada

Últimamente me he reencontrado con la ciudad de Madrid. Viajo todas las semanas a la capital, y al caer la tarde me pierdo por sus calles (y por sus bares). Trabajo solo, como diría Harry El Sucio, el disfraz de lobo solitario nunca me ha incomodado. Te concede tiempo y te da libertad para observar. Eres el espía de un cuadro costumbrista.  

Mi paseo inicia en Huertas, y según pongo el pie en la calle, resuenan en mi cabeza los clichés de siempre, las clásicas frases lapidarias. “Madrid es demasiado grande”, “Madrid es una ciudad estresante”, “qué mal se vive en Madrid”.

Sigo por Espoz y Mina y llego a Sol, donde lo primero que veo es una lona enorme con un anuncio de la Costa del Sol. Permanezco en mi conversación interior, en la que, por el momento, prefiero no intervenir. La contaminación, los precios por las nubes, la especulación. Pufff… es que no hay por dónde cogerla. Las prisas, las colas, las aglomeraciones. Menuda ciudad…

Subo Preciados y llego a Callao. Es un lugar especial, porque en la gran pantalla sobre los míticos cines, proyectan una pieza publicitaria a la que tengo un cierto cariño. La miro, y echo un vistazo a mi alrededor. Veo gente de toda naturaleza y condición, de todas las edades y procedencias. Un tipo con tatuajes saca a pasear a un perro diminuto, una mujer mayor camina con gesto concentrado, una pareja joven se hace un selfie erótico-festivo. La cantidad de personajes por metro cuadrado es extraordinaria: el macarra, el perroflauta, el snob, el intelectual, el truhán. Y dos lesbianas muy majas, que me guiñan un ojo desde la distancia.    

Decido bajar por Trujillos hasta la Plaza de las Descalzas, ¿por qué estaré disfrutando tanto de este maldito paseo? Da igual, porque la paliza a Madrid continúa en mi cabeza: el tráfico está desbordado, es una maldita vergüenza. Y la inseguridad… Aquí no hay calidad de vida. El coste de una vivienda es prohibitivo, y las calles están hechas una porquería…

Desde luego, un paisano que no la conociese diría que Madrid es un auténtico infierno. Pensaría seguramente que los madrileños son personas cabreadas e infelices, demasiado ambiciosas como para disfrutar de la vida, y demasiado tontas como para no haberse largado hace tiempo. Castigadas por el ruido, por la delincuencia y por Pedro Sánchez.

Y si te fijas, Madrid nunca responde a estas provocaciones. Yo no la oigo al menos. Porque Madrid lo aguanta todo, ha aprendido a no tomarse a sí misma demasiado en serio. No tiene playa, por ejemplo, y se ríe de ello. Acepta sus defectos, encaja los golpes y palante. No tiene tiempo para discutir.

Llego a un bar en la calle Arenal y pido una cerveza. Creo que he criticado a Madrid yo, exactamente igual, más de una vez. Esta puta ciudad… Sin embargo, hoy estoy disfrutándola sobremanera. Llevo hora y media recorriéndola solo, meditabundo, observador. No hay duda, tiene algo.

De hecho, creo que los detractores de Madrid y yo tenemos algo en común: esta ciudad está incrustada en nuestros mejores recuerdos. La mejor juerga de nuestra vida nos la corrimos aquí. Acabó aquí al lado, por cierto, en Ópera, con unos churros. Y la primera vez que nuestro paladar salió entusiasmado de un restaurante, fue también aquí.  

El teatro lo descubrimos en Madrid y hemos corrido diezmiles por esta ciudad que ni el correcaminos. Hemos visitado a Turner y los maestros en El Prado y hemos visto jugar a Zidane en el Bernabéu. Salimos por La Latina, Moncloa, Malasaña o Avenida de Brasil más de lo estrictamente necesario. Fuimos a conciertos y a manifestaciones, montamos despedidas de soltero épicas. Aquí disfrutamos como enanos, porque todo se magnifica en Madrid, porque Madrid lo abarca todo.

Madrid es Sabina, Quevedo, Garci y Hemingway. Es Mecano y Ana Belén, la Puerta del Sol y la de Alcalá. Es un tango, y un bolero. Y una Zarzuela. Cualquier estilo viste Madrid y a ella le sienta bien casi todo.

Y ese terraceo de cerveza y tapa es muy Madrid. Y la tienda de barrio de toda la vida, pero también la discoteca de moda. Madrid es un estreno de cine lleno de glamour y una exposición de fotografía underground. Un café lleno de folklore y el abono anual del Auditorio Nacional. Y si buscas una oportunidad profesional, en Madrid es muy probable que la encuentres.

Madrid es arquitectura y deporte. Política y música. Literatura y arte. Historia.  

Y a una calle adoquinada en la que brillan luces y sombras, llega el sonido de una fiesta cercana, a la que por supuesto estás invitado. Porque Madrid es generoso, en Madrid cabemos todos. Todos estos que veo ahora en mi condición de espía trasnochado, tomando mi cerveza. Estos salmantinos, asturianos, murcianos, peruanos y gringos… son todos madrileños.