(based on a) True Story

parkbench

Juan pasaba una agradable mañana de domingo sentado en un banco en el parque, leyendo un libro de gramática inglesa.

“Do vs. Make – Do homework, do exercise, do research. Make money, make arrangements, make a point”.

Mantenía un gesto serio, concentrado. Sujetaba el libro con una mano y apoyaba la otra sobre el respaldo del banco. Tenía las piernas cruzadas, en una posición elegante.

De repente un tipo con gabardina, sombrero y gafas de sol apareció en escena y se sentó a su lado.

    • Claimb evri mauntain – le dijo muy serio, a modo de contraseña.
    • Déjame – le contestó Juan. – Estoy estudiando inglés, ahora no.

El tipo se quitó las gafas y echó un vistazo. Niños montando en bici, gente paseando al perro, paisanos corriendo y mirándoles de la que pasaban. Lo típico.

    • Un día maravilloso, ¿verdad? – insistió. – Fabiulous.
    • Sí, maravilloso. Intento estudiar – repitió Juan. Pero el tipo no se daba por vencido.
    • If yu ar jier tudei, is bicos, yu ar a güiner – afirmó en su macarrónico inglés. Juan rió.
    • Qué coño dices… ¿Quieres largarte ya?
    • Vale, me voy. Pero antes, que sepas que hay rumores de que te has dejado la luz del baño encendida antes de salir de casa… – dejó caer. A Juan le entró la inquietud.
    • Espera, qué luz… ¿la del baño de la entrada? – El de la gabardina asintió. – Mmm, juraría que la apagué…
    • Bueno, es igual. Aunque la hayas apagado estamos pagando luz igualmente, por los costes fijos, digo… El negocio está montado.
    • Ya ves…
    • El bisnes, mai frend. En fin…
    • Bueno, ¿te vas ya? – volvió a pedir Juan.
    • Hay otra cosa que me preocupa.
    • El qué…
    • Tu mujer. Nuestra mujer, vamos. María.
    • ¿Por?
    • Quizá ayer te pasaste un poco con ella. Fuiste un pelín duro…
    • Fue una discusión, sin más. También ella dijo cosas.
    • Yeah… Bat, yu nou…
    • No, I don’t know.
    • Yu nou not?
    • Joder, tío, no tienes ni puta idea de inglés, – se quejó Juan. – Y si no me dejas estudiar, menos que vamos a saber…
    • Vale, vale. Te dejo – afirmó el tipo. – ¿Por cierto, dónde juega el Madrid esta jornada?
    • Pues no sé… espérate, voy a mirarlo – propuso Juan sacando el móvil. – San Mamés.
    • Ufff… complicado – opinó el de la gabardina. – Danger.
    • Pues sí. Y tenemos bajas…
    • Veremos qué pasa… Por cierto, tengo cierta información que convendría que analizaras – reveló, mirando a ambos lados con suspicacia.
    • A ver…
    • Como sabes, en la oficina hay un ambiente… enrarecido. Los jefes se preparan para algo gordo, quizá una absorción por parte de otra empresa, o un golpe de timón estratégico. El otro día hubo una reunión de peces gordos a altas horas de la madrugada, lo sé de buena pinta. En definitiva, se acercan turbulencias, y deberías tenerlo todo bien atado. Ar güi preperd, mai frend?
    • Eso creo…
    • Good. Nou chou mi de mani.
    • The “money”? – preguntó Juan, confuso.
    • El mani, mani… Tus cuentas, chico. Échales un vistazo – sugirió el individuo. – Es otro de los temas de los que te quería hablar. Falta una semana para final de mes y ya estás en números rojos. Consulta, consulta… – le animó, mientras Juan abría en su móvil la página del banco. – La nevera está llena y las facturas pagadas, pero como tengas que poner gasolina, estás jodido… Tru story.
    • Ok, la cosa está muy mala – coincidió Juan. – You have made your point. ¡Mira, ahí sí que le has dado!
    • ¡Sí! Eres el fakin bos. Ok, continuemos.
    • Ni de coña – atajó Juan. – Ya hemos hablado bastante. Me voy a tomar una caña.
    • Pero aún nos quedan varios temas por tratar: el regalo de cumpleaños de tu madre, la cita del dentista, las vacaciones…
    • No. Enough. Go away.
    • ¡Maldita sea, Juan! – exclamó el tipo. – Está bien, me iré. Pero volveremos a vernos, antes de lo que piensas.
    • Lo sé – ratificó Juan. – Ahora largo.
    • Mei de fors bi güiz yu, mai frend se despidió el de la gabardina.
    • ¡Ale!

Y Juan se fue, en aquella agradable mañana de domingo, a tomar una cerveza a alguna terracita cercana…

Por supuesto, todo esto nunca ocurrió. Yo era uno de los paisanos que corrían por el parque, y que veía cómo un tipo hablaba solo en un banco, haciendo aspavientos y pronunciando ininteligibles vocablos en inglés.

Unbelievable indeed.

Antes de que te vayas

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Tiene gracia las cosas que decimos en los funerales. “No somos nadie”, por ejemplo. O “se van los mejores”.

Después viene una recopilación de cualidades del difunto, una especie de resumen biográfico mejorado. Suavizado, más bien. Nos centramos en sus bondades. Era generoso, era un hombre de familia, era una mujer admirable. Era…

¿Pero no sería más lógico decirnos todo esto antes? De manera que lo oyésemos en primera persona, digo. ¿No estaría bien hacernos una especie de “funeral en vida”? Sustituir los eras por los eres. Eres generoso, eres admirable. Vives, luego me escuchas. Sientes, luego es ahora cuando debes saberlo.

Podemos empezar a hacerlo. Yo quiero decirlo antes de irme, o antes de que te vayas. Antes de que no seamos más que polvo de estrellas. Para que sepas lo importante que eres, lo buenos que fueron esos ratos que pasamos en Montesa. Las persecuciones de Clocky. Los partidos y las copitas de vino blanco.

No tiene sentido esperar a última hora para decirte que recuerdo perfectamente nuestras carcajadas en Suecia, que guardo los abrazos que nos dimos en los malos momentos. Y que sonrío al rememorar nuestros caóticos comienzos en el mundo de la noche…

También me acuerdo de aquel rock and roll y aquel corto en el bar de Felino. Para mí son Óscar y Grammy, todo en uno. Y afirmo rotundamente que en un crucero o en un tren, en la playa o en una estación de esquí, en Roma o Edimburgo, o en un bar cualquiera en el hemisferio sur, la línea entre amigos y familia se puede ir difuminando hasta casi desaparecer. Y mejor es decirlo ahora, ¿no?

Es liberador, y además, es oportuno. Porque si para mí la imagen de una mujer generosa es una foto tuya, eso tienes que saberlo ipso facto. No luego, no demasiado tarde. Ahora, hoy. No eres buena per se, por haberme dado la vida, sino porque en tu camino hay una constante: la entrega a los demás. Tú debes saberlo y yo debo decírtelo.

Que lo intuyas no es suficiente, es preciso que lo sepas, de primera mano. Que sepas que no te miro hacia arriba por la estatura (que también), sino porque eres mi ejemplo. Mi referente. Un paradigma de hombre, padre y marido al que espero llegar a acercarme, aunque solo sea en los días buenos.

Y para terminar, te lo digo a ti también, tontina. Antes de que yo me vaya o te vayas tú, dentro de muchos años. Te digo ya que has hecho de mí un hombre nuevo. Un hombre completo. Porque contigo mi corazón encuentra paz, porque eres una mujer admirable. Porque eres auténtica. Porque eres y siempre serás mi mayor illusion.

La Aventura de La Perla Negra

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Dani y yo llevábamos cinco días recorriendo Suiza, tierra de chocolate, relojes, quesos y Roger Federer.

Habíamos volado a Ginebra, y desde ahí habíamos tirado millas en nuestro coche de alquiler, perpetrando un road-trip de mochila, mercadillos de gastronomía local e ideas utópicas para acabar con la rutina. En los puestos ambulantes comprábamos queso y salchichón, que devorábamos por el camino hablando de montar un bar o una sala de conciertos. No, espera, ambas cosas. El viaje lo recuerdo con canciones Country de fondo, aunque me temo que eso ya sea un adorno mío.

Primero visitamos Annecy (Francia), un pueblín muy chulo al pie de las montañas, donde degustamos una fondue de queso de colosales proporciones (mil gracias Isa y Javi). Después, nos abrimos paso entre bosques, lagos y valles de película, hasta Berna, Basilea, Zúrich, Lucerna, Lugano, en el sur, y Como (Italia), donde en el lago por supuesto identificamos la mansión del viejo George.

Tras pasar por Locarno nos dirigimos al valle de Verzasca, hacia la famosa presa de la secuencia inicial de Goldeneye. Allí paseamos un rato junto al río, fotografiando el paisaje desde pequeños puentes de madera, en lo que nos parecía el escenario de un cuento de Walt Disney… Empezaba sin embargo a oscurecer, y pretendíamos hacer noche en Zermatt, a 157 kilómetros de allí. “Pan comido”, debimos pensar. Nos dio por olvidar que un tercio del camino pasaba por atravesar los Alpes italianos, que irrumpían en nuestro trayecto robándole a la confederación helvética un triángulo rocoso al sur de su territorio.

Según nos adentramos en suelo italiano la noche cayó sobre nosotros, como una red sobre dos pececillos insensatos. Nosotros seguíamos a lo nuestro, riendo y contando chistes, hablando del bar que íbamos a montar, con música en directo y camareras como las del Bar Coyote. Pensando que pronto estaríamos de nuevo en Suiza. Hasta que nos sorprendió la niebla… una bruma espesa y persistente que llegó en plena ascensión a un puerto de montaña diabólico, en las inmediaciones de Domodossola.

Poco a poco las bromas fueron cesando, dando paso a un silencio de concentración. Necesitábamos poner los cinco sentidos en la carretera, agudizar la vista en cada curva. Negociar con éxito el balanceo de ese circuito que serpenteaba travieso entre las faldas de la cordillera. Y en un momento dado, incluso tuvimos la sensación de que conseguíamos adaptarnos a los rigores del terreno… pero entonces salieron de la nada los malditos coches-kamikaze.

Debían ser lugareños impacientes por llegar a casa, o parientes de Jarno Trulli. En cualquier caso, a juzgar por cómo nos adelantaban a ciegas, asomándose al precipicio en cada curva, conocían el camino a la perfección. De manera que se unieron contra nosotros el relieve, la noche, la niebla y una constelación de luces locas que iban y venían como balas a nuestro alrededor.

La tensión y el cansancio empezaban a hacer mella en nuestro ánimo, cuando por fin divisamos a lo lejos un túnel, al otro lado del cual nos esperaba Suiza. Por fin, ¡lo habíamos logrado! Sonreíamos y chocábamos las manos celebrándolo. ¡Síiiii, chicooo! Pero la euforia nos abandonó de golpe cuando llegamos a la entrada del túnel y nos detuvo un tipo con casco y chaleco reflectante: el paso estaba cerrado por obras. Lo abrirían de nuevo al tráfico a las 6 de la mañana…

Desmoralizados, nos planteamos aparcar allí mismo, junto al túnel, y dormir unas horas en el mismo coche para reanudar la marcha al alba. Pero no lo hicimos, el cuerpo nos pedía una maldita cama en condiciones. Tratamos de buscar en el móvil algún albergue pero no era temporada de esquí, o de camping, o de lo que diablos se hiciera allí, y además la cobertura nos empezaba a fallar. Preguntamos en un par de bares, pero solo nos condujeron a pensiones abandonadas. Aquello parecía una película del jodido Tim Burton.

La desesperación y el agotamiento acuciaban, y aunque en ningún momento quisimos matarnos el uno al otro, a mí me vino a la mente ese capítulo de los Simpsons en el que el Señor Burns y Homer quedan atrapados en una cabaña en la nieve y acaban enloqueciendo, alimentando en sus mentes paranoias de agresiones mutuas. Además, por si fuera poco, el hambre se empezaba a sumar a nuestra lista de escollos.

Y entonces, no sé cómo ni por qué, dimos por fin con el sitio. Del agarrotamiento que teníamos, casi nos tiene que sacar del coche el paisano que lo regentaba. Llegar a aquel mostrador de recepción inmundo supuso un momento de felicidad suprema… Lo mejor de todo era el nombre: la Perla Negra se llamaba aquella ignota hostería. Y en verdad que nos sentimos como piratas desventurados arribando a tierra firme, náufragos olvidados de la mano de dios, empujados por la furia de los elementos hacia un errado destino.

Nos descalzamos, de nuevo riendo y hablando de nuestros quiméricos proyectos, y nos dejamos caer sobre la cama como despojillos humanos. Abrimos una botella de vino, cortamos algo de queso y un poco de pan de trenza, y disfrutamos de aquel tentempié de madrugada como del mejor de los manjares, discutiendo los pormenores de la distribución del bar, dónde poner la barra y dónde el escenario. Hasta que, felices en nuestro lecho de migas, nos quedamos fritos por fin…

(Seis horas después estábamos de nuevo en la carretera camino de Zermatt y su famoso tren cremallera, que asciende abrochando la piel de las montañas hasta una cumbre nevada que recuerda mucho al logo de Paramount Pictures, el monte Matterhorn…)

Larga espera

Tripa embarazada

Todo empezó en el mes de agosto. En ese momento pusimos tu madre y yo una cuenta atrás de nueve meses, y desde entonces la andamos mirando de reojo. Es un estado que llaman “de buena esperanza”, es decir, una etapa natural de la que se espera un buen final: tú.

De momento nos vamos haciendo con todos los cachivaches que vas a necesitar, cuna, carrito, silla, bañera, cambiador, pijamas, mantas, chupetes… Y un largo etcétera. Ni los Marines americanos necesitan tanto equipamiento.

Y asistimos en conversaciones informales a “clases” pormenorizadas sobre tus primeros meses. Informes de noches en vela, entrenamiento para llantos incesantes, lactancia por fascículos… Tu madre anda por ahí todo el día con un libro sobre el embarazo que parece El Quijote. Creo que va a sacarse un doctorado…

Pensamos mucho en ti, y tus agitadas patadas evidencian que estás ahí, con ganas de marcha. ¡Te vuelves loca cuando mamá come chocolate! Lo sé porque ella me pone la mano sobre su panza, esa pelota misteriosa que me hipnotiza… A veces incluso acerco la cara y digo cualquier bobada, para que sepas que te espero al otro lado.

La ilusión se mezcla a veces con las dudas, no creas. Este va a ser un cambio gordo. Y la espera es el momento más difícil siempre, la mente quiere visualizar el partido. Es como estar 40 semanas en el túnel de vestuarios. Después, cuando empiece a rodar el balón, todo será distinto. Tenemos un buen equipo, ya verás. Ellos también están impacientes.

Por otro lado, me tranquiliza pensar que en ciertas cosas se mejora con la práctica. Después de cambiarte 100 pañales iré superando mi torpeza, lo prometo. Además pienso que, sin saberlo, estamos provistos de un recurso importante: el instinto. Aquello que no se aprende, que está grabado en nuestro ADN. De ahí saldrán también algunas respuestas, espero.

Quedan pocos meses ya para que vengas, aunque me da la sensación de que empezaste a cambiarlo todo desde aquel mismo día de agosto.

Dicen que un viaje de mil kilómetros empieza con el primer paso. Y el primer paso de tu viaje lo vamos a dar juntos.

Por eso se me hace tan larga la espera.