Nuestro lugar secreto

El otro día recogía tranquilamente los trastos de los niños en el salón, un martes por la noche, cuando algo llamó mi atención. Entre coches de juguete, piezas del Catán, y restos de anacardos, encontré unos dibujos de Martina. En uno de ellos había escrito “Nuestro lugar secreto”. En cuanto lo vi, supe que le dedicaría unas líneas.  

El relato estaba ahí, esperando. Sacado de un dibujo de una niña de siete años, encontrado de casualidad… Punto de partida cojonudo. Pero… ¿sobre qué iría? ¿Cuál sería la historia tras ese gran título?

Fue pocos días después, sin pensar demasiado en ello, cuando me vino directo a la cabeza. Ese lugar no es ahora, no es un escondite físico. No se trata del dónde, sino del cuándo. Si te escondes en el espacio te pueden encontrar, pero donde no te encontrarán jamás es en el tiempo. Ahí te puedes esconder para siempre. Nuestro lugar secreto es un recuerdo común.

Todos lo tenemos en la memoria, es ese momento que vivimos juntos. Nadie puede encontrarnos allí, pero tú y yo sabemos dónde está. Podemos volver y vernos allí siempre que queramos. Siempre que lo necesitemos.

Te acuerdas, ¿no? Es ese instante del que nadie más sabe. Es único porque, incluso aunque lo contemos, nadie puede acceder a él. Solo nosotros.

Seguro que estás pensando ya alguno, ¿a que sí?… Ese día de grandes carcajadas, o cuando nos apoyamos el uno en el otro para sufrir juntos. Ese viaje, esa noche. Ese pecadillo. Esa historia que nos conectó, y que, aunque no escondemos, nadie conoce realmente. Lo que me hiciste sentir aquel día no lo sabría explicar aunque quisiera. Nuestro secreto está a salvo.  

Sucedió en otro sitio, en otro tiempo. En vidas pasadas. Y puede suceder de nuevo en cualquier momento. Es un patrimonio de nuestra exclusiva propiedad, nace y muere con nosotros. Instagram no tiene nada que hacer, porque no nos conecta una foto, sino una emoción. Ese es el ladrillo con el que construimos nuestro escondite. Y cuanto más grande la emoción, más sólido es el refugio.  

A veces no somos capaces de llegar solos, necesitamos que nos acompañen. Que nos lleven de la mano porque, por lo que sea, hemos olvidado el camino. Pero cuando llegas es como si no te hubieras ido nunca. Y siempre prometes volver pronto.  

No sé lo que estaba pensando Martina cuando lo escribió, pero gracias a ella ahora le puedo poner nombre a esa sonrisa que se nos dibuja cuando recordamos a las personas que nos inspiraron, que nos emocionaron.  

Es nuestro lugar secreto.

Las pasiones

De todas las cosas que proyecta una persona, lo más curioso son sus pasiones. Y lo son por su naturaleza irracional. Las pasiones no se eligen, sencillamente son, están. Son auténticas e inevitables. No dependen de una promesa o de una recompensa.

Un tipo que esté loco por el golf, por ejemplo. La mayor parte del día estará escupiendo blasfemias demoniacas…

Llegará al campo con su driver nuevo y su polo de Under Armour recién planchado. Ante él se abre una alfombra verde de posibilidades, una proposición indecente de engañar al destino, aunque solo sea por unas horas… Pero cuando asoma la cabeza por el hoyo dieciocho está irreconocible. Descamisado y vencido. Los ojos huecos, la mirada perdida. Abandonado y panzudo. Desahuciado.

No salió del bosque en todo el día. El driver no lo rompió a ostias contra un árbol porque lo detuvo el compañero. Perdió más bolas de las que llevaba en la bolsa y maldice todos los días que practicó este deporte.

Y aquí viene lo genial: a los 2 días le ves cogiendo los palos otra vez, con una sonrisa de oreja a oreja. Porque es su maldita pasión, porque el resultado, lo quiera o no, no importa tanto. No jugamos para conseguir una buena tarjeta. Sencillamente, jugamos.

Otro buen ejemplo es el aficionado del Atleti. Cómo le explicas a ese paisano, desde un punto de vista racional, que es socio de un equipo que perdió dos finales de Champions en el último minuto, y otra más en los penaltis. Que lo más bonito de su equipo es sufrir más que el resto de equipos. ¿Qué hacemos nosotros? Sufrimos mejor. Ah…

Ese tipo verá a su gran rival ganando Champions de todos los colores, con su contador siempre a cero. Verá cómo su equipo juega en segunda no una, sino dos temporadas. Verá rayos C brillando en la puerta del Metropolitano…

Pero se pone la camiseta rojiblanca para ir a ver a su Atleti, y de pronto parece un superhéroe. Gane o pierda, habrá partido, y eso es lo que cuenta. Es su pasión, y las pasiones se disfrutan a pesar de las consecuencias. El marcador es un elemento más, entre otros muchos. Lo que importa es la batalla.  

Sé lo que estás pensando, Michael Jordan o Rafa Nadal también sienten pasión por sus deportes. O Picasso por la pintura, o Ferran Adriá por la gastronomía. Y ellos triunfaron.

Es otro tipo de pasión, no lo confundas. Estas pasiones que yo te digo son amargas e improcedentes, son amores no correspondidos. No vuelven a ti en ninguna forma, son energía perdida. Si te dan la gloria, entonces ya estamos hablando de otra cosa. Estas son pasiones entendidas como un camino de espinas, como un sentimiento de amor y sufrimiento conjuntos e indivisibles, como la pasión de Cristo.

Sí, se sabe mucho de las personas por sus pasiones… Por los proyectos en los que invierten su tiempo, buscando una conquista que nunca llega. Porque, para ellos, para nosotros, en la persecución es donde está el disfrute. El proceso es lo que cuenta, el proceso de fracasar una y otra vez, buscándolo sin éxito, amándolo sin conseguirlo. La felicidad es la esperanza de la próxima vez.

Mañana volveremos a coger ese driver, volveremos a ponernos la camiseta del Atleti.

Y quién sabe…